El Faro del fin del Mundo

Pulposol, el pulpo soleado de sentimientos llegó al planeta tierra, uno de los últimos días de abril. Vino con la misión de brindar felicidad a cada persona y ayudarlas a realizarse. Se instaló en una ciudad frente al mar, en la Patagonia, le gustó la cantidad de maestros que allí había y la dedicación que ponían en enseñarles a sus alumnos.

Eligió el faro del del fin del mundo como su hogar y el sitio dónde cumpliría su maravillosa tarea. Se ubicó en la parte más alta, ¡ desde allí podría iluminar el futuro de toda la humanidad! Luego fue comprar lo que necesitaba, primero en un remate de una antigua farmacia llamada «El Pueblo» adquirió un escritorio amplio que había pertenecido al boticario. Eligió tres librerías al azar en una compró papeles de colores, en otra un globo terráqueo y en la última lapiceras y un gran cuaderno. Después se dirigió a la biblioteca popular y leyó todos los libros que había, de cada uno extrajo una frase esencial y la anotó en su cuaderno. Cuando regresó al faro se cruzó con los empleados de la empresa de mudanzas que bajaban las escaleras protestando por el esfuerzo que habían tenido que hacer para subir el escritorio hasta lo alto, entonces Pulposol los alentó a seguir la práctica de esforzarse enérgica y valientemente todos los días sin retroceder ni decaer en sus actividades, y ser constantes, si lograban hacerlo siempre lograrían la victoria. Al escuchar sus palabras los empleados sintieron revitalizar su energía y prosiguieron su tarea con alegría. Bueno, ¡había llegado la hora que él comenzara la suya!, se sentó frente al escritorio, un viejo cajón de manzanas de Cipolletti que encontró abandonado en un rincón le sirvió de sillón, ordenó los papeles, dió vueltas el globo terráqueo y eligió de cada país personas que tuvieran la virtud de buscar la sabiduría, un profundo amor por la naturaleza y las artes, y fuesen solidarios. Escribió a su corazón para que surgiera en ellos el deseo de brillar y hacer brillar el lugar donde viven, les citó frases de Tolstoi, Víctor Hugo, Cervantes, Tagore, y tantos otros grandes escritores; y los invitó a leerlos. En la alborada del siglo XXI debían acudir a las bibliotecas para mantener viva la llama de la sabiduría y la poesía. Pudo escribir miles y millones de cartas, gracias a sus innumerables brazos e imprimió la energía del sol en cada letra. Cuando niños, jóvenes y ancianos recibieron las cartas en los cinco continentes, una enorme alegría colmó sus corazones, no llorarían más por la pobreza ni por la falta de armonía, de ahora en más se dedicarían a pulir la joya que existía en su interior, esa joya inapreciable que es buscar la sabiduría y el deseo de adquirirla puliendo su vida mediante la práctica y el estudio.

En la noche estrellada cada persona salió con su carta a mirar el cielo, desde sus ventanas vieron un haz de luz que emitía un faro lejano desde la región austral. En el Faro del fin del Mundo, Pulposol dejó caer tres lágrimas de felicidad, su sueño de que cada pueblo disfrutara del placer de la lectura comenzaba a concretarse.

Dedicado a Daisaku Ikeda

Cielo de «Rayuela de Cefalópodos» del Cuento Julia y el Argonauta de Papel

 

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